Carlos Monzón pasaba por su momento de gloria. Campeón de box, le había ganado en dos años consecutivos a Jean-Claude Bouttier. Por eso sería distinguido en Francia como el mejor deportista del año.

El alcalde Valery Giscard d´Estaing (quien luego sería presidente de Francia) le entregaría el premio. Por eso el promotor del santafesino, Tito Lectoure, le había pedido que aprenda sólo dos palabras: “mercy beaucoup” (en francés, muchas gracias).

Cuentan los testigos que Monzón, un hombre que nunca se intimidaba con nada, estaba atemorizado. Las dos palabras que tenía que pronunciar lo tenían contra las cuerdas.

Y los nervios le jugaron una mala pasada. El alcalde le entregó el premio y llegó la hora de agradecer. Pero la frase se le había ido de la cabeza. La buscó por todos lados y nada. No se podía quedar callado. Entonces soltó algo que le sonó parecido: “pipí cucú”.

La gente al principio quedó en silencio. No entendió nada. Pero él se rió y contagió la risa en los demás.

Para colmo, el “pipí cucú” le llegó a su amigo, Alberto Olmedo. El cómico la incorporó a su lenguaje y la popularizó en televisión. Desde ese momento, los argentinos usamos “pipí cucú” como sinónimo de bello, lindo, impecable o perfecto. Todo gracias a la mala memoria y al ingenio del boxeador Carlos Monzón.