La palabra secta no define género. Es un grupúsculo que puede estar integrado por hombres o por mujeres.
La palabra fascista, tampoco. Sirve para ambos sexos. Él es fascista. O ella es fascista.
Estos términos juntos califican un fenómeno peligroso que está creciendo y que le produce una herida profunda a la convivencia pacífica y democrática.
Sectas fascistas fueron las chicas que anoche atacaron la Catedral: arrojaron proyectiles y prendieron fuego delante de las vallas, porque estaban las vallas, porque su objetivo era incendiar la iglesia que fue la sede de Jorge Bergoglio antes de ser el Papa Francisco y donde descansan los restos del general José de San Martin.
Sectas fascistas fueron los muchachos patoteros que coparon el escenario del acto de la CGT, vandalizaron el atril con un mensaje mafioso y patotearon a los principales dirigentes.
Sectas fascistas fueron las chicas que, con un discurso que desnudaba su ignorancia supina, golpearon, insultaron y escupieron a nuestras compañeras periodistas que estaban en los móviles cubriendo la marcha contra la violencia de género. Humillaron a todas y todos los cronistas, menos a los que reportaban para los canales kirchneristas. A algunos les robaron sus pertenencias personales o elementos de trabajo. A varios les vaciaron vasos de cerveza y orina sobre sus cabezas. Se ensañaron incluso con Marina Abiuso, una excelente colega de TN que además está entre las que más trabajaron para que el colectivo Ni Una Menos pudiera parir una masiva concurrencia.
Sectas fascistas fueron los muchachos que con trompadas, botellazos y puteadas se abrieron paso para usurpar con su ideología totalitaria una demostración que había convocado a miles y miles de trabajadores que quieren mejores sueldos, más igualdad y más derechos y no más violencia intolerante.
Sectas fascistas fueron las chicas que se creen muy revolucionarias y libertarias por tener pelos pintados, tatuajes y piercings por todo el cuerpo y que en una concentración contra la violencia le pegaron un par de puñetazos a un pibe superpacífico que, como única arma tenía una bandera del Vaticano y otra de la Argentina. Están en contra de muchas posturas conservadoras y reaccionarias de la iglesia. Y están en todo su derecho de cuestionar eso. Pero no tienen derecho de ofender a los millones de católicos que tienen fe en sus valores religiosos.
Sectas fascistas fueron los muchachos bancados con dinero de La Cámpora y los sufridos vecinos de Avellaneda y Berazategui entre otros municipios K, que gritaban desaforados “pone la fecha del paro, la puta que te parió” y luego se robaron el atril casi como una barra brava que se lleva un trapo o una bandera del equipo rival. Fue una caricatura degradada de Ezeiza, pero sin balas y del cajón de Herminio.
Las chicas y los muchachos integrantes de estas sectas fascistas tuvieron muchos denominadores en común. Cantaron todo el tiempo el himno de guerra de Cristina que dice: “Macri basura/ vos sos la dictadura”, en una banalización del terrorismo de estado que no tiene perdón de Dios. Les guste o no, Macri fue elegido por el voto de la mayoría del pueblo argentino y gobierna con división de poderes y sin ningún muerto sobre sus espaldas. La dictadura usurpó a sangre y fuego el estado y lo convirtió en terrorista para secuestrar, desaparecer y asesinar a miles de argentinos. No se puede cometer semejante desmesura de vaciar de contenido un genocidio al igualarlo con un presidente que no les gusta. Es una ofensa para las miles de víctimas que padecieron de verdad una dictadura, cosa que estas pibas y pibes solo conocen por el relato de Paka Paka o Cristina.
Pero hay más coincidencias entre ambas sectas. Exhibieron con orgullo su autoritarismo porque se creen dueños de la verdad y encima, no quieren escuchar otra opinión. Esta violencia suicida que dinamita los lazos solidarios de una sociedad es una de las herencias más malditas que dejaron 12 años de kirchnerismo. Las cosas son como yo digo y el que no piense lo mismo es un gorila, oligarca, patriarca capitalista.
Ambas sectas fascistas actúan con cobardía. Porque muchos de sus miembros se taparon las caras y porque se aprovecharon de la presencia de miles y miles de personas para desvirtuar los actos y lograr visibilidad atentando incluso contra la legitimidad de los reclamos que tanta gente hizo y que están totalmente alejados de tanto odio que niega al otro. Dicen que hablan en nombre del pueblo pero a ese pueblo caminando por las calles lo utilizaron como escudo. Saben que las fuerzas de seguridad no pueden actuar porque al mimetizarse entre tanta gente se puede desatar una tragedia que por suerte no ocurrió.
El “entrismo” es una vieja y tramposa táctica que consiste en disfrazar tu pensamiento verdadero para infiltrarte en movimientos que generan mayor simpatía y de tratar de torcer el rumbo de esos grupos desde adentro. Los Montoneros lo hicieron con el peronismo, por ejemplo. Es un concepto canallesco de la política. Y de una altanería repugnante. Son muchachos que se decían esclarecidos y que se ofrecían ser la vanguardia de un pueblo que pobrecito, apenas era peronista. “Son energúmenos”, los definió Juan Carlos Schmid.
La secta de las chicas ensució una marcha tan digna y representativa. Malversó sus objetivos originales.
La secta de los muchachos utilizó políticamente a miles y miles de trabajadores para hacer propaganda de Cristina cuando muchos la quieren pero muchos otros la quieren ver presa.
A cada rato vemos grupúsculos minoritarios de esta calaña. Todo el tiempo se apropian del espacio público y nos levantan el dedito diciendo donde está la verdad y que tenemos que pensar. Golpean a Mercedes Ninci porque no se bancan su audacia informativa. Agreden al cronista de la CNN, igual que Donald Trump. Son agresivos y se transforman en chispas que están todo el tiempo buscando que estalle la pólvora social. El caos les da un lugar que no tienen. Entran en éxtasis y se descontrolan cuando la situación se descontrola. Muchos se creen con derecho a decir quien circula y quién no. A que lugares puede ir el presidente y a que lugares no. Le recuerdo que los que cortaron el paso y tiraron piedras al presidente de la Nación en Mar del Plata, Viedma o Villa Traful no fueron ni amonestados y siguen conspirando contra la cohesión ciudadana. Una comunidad ordenada que trabaje y pelee en paz por sus sueños y esperanzas los deja afuera. Es cierto que son sectores marginales pero no hay que subestimar su capacidad de daño y de contagio. En la vida de todos los días, siempre hay situaciones de enojo y mal humor que pueden ser multiplicadas con mala intención y con el perverso propósito de intentar demostrar que hay un vacío de poder. Ojo con estas chicas y estos muchachos. El estado debe hacer que cumplan la ley para que no nos metan en la ley de la selva. Los procesos de violencia suelen espiralizarse sin que nos demos cuenta. Los naturalizamos. Los hechos de violencia se saben cómo empiezan, pero no se sabe cómo terminan.
Esta bendita Argentina post Cristina, tan quebrada cultural, moral y económicamente, todavía tiene grandes reservas de compatriotas que apuestan a consolidar una democracia republicana que produzca más igualdad y más libertad.
Por suerte son muy pocos los que se oponen. Son apenas algunas sectas fascistas. De hombres y de mujeres. Es bueno saberlo. No para tener miedo. Pero si para tener cuidado. Las sectas fascistas siempre son enemigas de la democracia y la libertad. Por eso son sectas. Y por eso son fascistas. De izquierda o de derecha. Da igual.